Este perro lleva mucho tiempo esperando, vacilante y cauteloso, rechazando incluso la comida cuando se le ofrece. Se comporta de manera extraña, como si hubiera sido maltratado, evitando el contacto humano. A pesar de los peligros del viaducto, regresa allí, mirando con nostalgia, con los ojos llenos de soledad, esperando a su dueño día y noche. Pasan dos meses, pero nadie viene a buscarlo. Espera, negándose a comer, su lealtad recompensada con el abandono.
Incapaz de soportar verlo sufrir, decido llevarlo a casa. Sin embargo, sigue teniendo miedo, escondiéndose en los rincones y sin confianza. Desparasitado y ofrecido diversos alimentos, todavía se niega a comer, perdido en la tristeza. Pero poco a poco, comienza a responder, moviendo la cola tímidamente, dando muestras de confianza.
Después de convencerlo, me doy cuenta de que tiene un movimiento interesante, indicativo de un encanto oculto. A pesar de sus dudas iniciales, poco a poco aprende a interactuar, volviéndose más activo y afectuoso.
A medida que crece, se convierte en mi fiel compañero, esperando ansiosamente mi regreso, demostrando obediencia y comprensión. Aprende a compartir, a esperar pacientemente y a seguir órdenes, convirtiéndose en parte integral de mi vida.
A través de su transformación, recuerdo la lealtad y el sufrimiento de los perros abandonados. Prometo apreciarlo y cuidarlo siempre, agradecido por su presencia y el vínculo que compartimos.